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Un día de pesca.

POR: Pablo Cabrera.

Un día sin saber como ni por que, me desprendí de la rutina que me tiene atado a este mundo y sin darme cuenta estaba fuera de esta corriente cotidiana la cual no me permite distraerme; y como por arte de magia, sentí ganas de tomar mi caña que estaba empolvada, mis pocas artes de pesca que me fueron quedando y alejarme hasta llegar a la costa del arroyo.
 
Mientras caminaba hacia él sentía deseos encontrados, por un lado el deber y la responsabilidad me pedían que no perdiera el tiempo, que desestimara el deseo de ir a pescar, que no era el momento... total si nunca sacaba nada. Largo rato la conciencia me pegó en el mismo lugar, pero el sueño de distraerme y la esperanza de reencontrarme, tenían una fuerza poderosa que no me dejaban detenerme, por el contrario mientras meditaba sobre la puja interna, mi paso se hacía más firme y ligero hacia el arroyo. Mi caña parecía que iba más contenta que yo, deseando beber de vuelta de su  agua olvidada, creo que hasta ella pensó que nunca más volvería a verla y que solo en la nostalgia de los cuentos la seguirían acompañando, vivencias de niño, cuando éramos uno solo y nos despertábamos por las mañanas con la idea fija de ir corriendo al monte donde corría aquel arroyito. Y ya éramos un sauce más, que en vez de mojar sus ramas en el agua éramos nosotros con la tanza y la boya quienes los imitábamos.
 
Cuando quise darme cuenta ya estábamos en la orilla, buscando el clarito de tierra negra que siempre me esperaba, el estaba un poquito cambiado pero allí estaba, casi no nos reconoce, pero cuando nos vio se alegró de volver a vernos. Se podía sentir la alegría contagiosa de todo el entorno, circulaba un brisa suave que era como una música en sintonía, que solo nosotros la sentíamos. No había terminado de acomodarme que ya estaba la boya en el agua, como si apurándome corriera con ventaja, la ansiedad no había quedado en casa, fue una de las cargas que en el apuro de venirme no pude desatarla y me acompañó hasta aquí, pero el entorno y la paciencia ya se encargarán de correrla. Porque cuando se junta esta familia en el arroyo, la unión es su fortaleza y hasta el tiempo y el sol se detienen a mirar lo bien que la pasamos.
 
Me detuve a mirar y vi como la copa de los árboles habían cambiado y en el reflejo del agua vi que mi cabecita también había cambiado, éramos los mismos pero transformados. Empecé a ver las cosas con otros ojos, note que el arroyo corría siempre para el mismo lado, hacia mi izquierda, y siempre había sido así, y que yo siempre pescaba de este lado de arroyo, pero sin embargo del otro lado también había una orilla, era prácticamente igual, y el arroyo era el centro de encuentro de donde sus dos orillas beben del mismo cauce. Empecé a darme cuenta que si estuviera pescando en la orilla de enfrente vería el mismo arroyo, pero corriendo para la derecha, ahí note que el arroyo siempre iba a correr para el mismo lado y la visión de derecha o de izquierda dependería en que orilla me encontrase. El arroyo nos mojaría igual y nunca cambiaría su curso, sino de posición los que nos arrimamos a verlo, el seguirá su viaje corriendo sin pausa, al igual que el tiempo sigue a su propio destino, el arroyo correrá por su cauce hacia el gran mar, por más que en determinados momentos las tormentas lo hagan salirse de su cauce, él  despacio volverá al camino guiado por su naturaleza y seguirá su viaje.
 

De repente vi la trasparencia del agua, sin embargo de niño mis ojos estuvieron siempre en la boya, pero hoy veo a través del agua el fondo del arroyo, veo un tapiz de cantos rodados, piedras similares pero todas diferentes como nosotros. Parecían estar inmóviles, pero me daba cuenta que si estaban todas redondeadas era por el desgaste al pulirse entre ellas, lo que me estaba demostrando su lento e imperceptible movimiento hacia su meta. Al igual que nosotros, ellas están en el lugar que les corresponde cumpliendo con su misión en el tapiz donde se apoya el arroyo. Pareciese que alguien en la naturaleza las hubiese colocado con mucha paciencia una al lado de la otra según su forma y manteniendo el nivel del agua. Es increíble ver como la constante marcha del arroyo se las quisiese llevar de arrastre, pero ellas encadenadas viajan juntas y a su velocidad, ellas también saben que van para el mismo lado que el arroyo solo que no se dejan contagiar con su velocidad. Si serán sabias las piedras del arroyo que no ven ni la derecha ni la izquierda, ellas están mas allá de las orillas, son el sostén y base fundamental del arroyo, no se detienen a mirar desde los márgenes como corre el agua, sino participan dentro y se empapan con su curso.
 
Si por alguna razón una piedra extraña entrase en el arroyo, se distinguiría enseguida por sus visibles formas irregulares, pero rápidamente empezaría a rodar por el fondo sin poder detenerse, porque su forma no la deja sostenerse y todavía se deja llevar por la correntada, pero los sucesivos golpes con sus semejantes la irán moldeando y redondeando, estos golpes son así mismo, lo que hace perder sus propios pedazos haciendo el trance un poco difícil, si es tan dura la piedra que no pierde su forma solo lastimará a las piedras del fondo y ella seguirá su carrera con las aguas, de lo contrario la perdida de escorias la irá transformando hasta que su pulido sea de tal característica que pasará a formar parte del tapiz que sostiene el arroyo. Si algún día viéramos una de estas piedras redondeadas fuera del arroyo en un montón de piedras, notaríamos su diferente forma regular y rápidamente nos daríamos cuenta que es una piedra de arroyo y que su forma es producto del pulimiento entre hermanas. Por más que la ciencia trate de crear piedras similares nunca lo lograría, tal vez logre piedras estructuralmente mejores y mas lindas pero jamás como se pulen las humildes piedras de los arroyos, porque su regular redondeado no lo causa solo el roce si no la paciencia y la trasparencia del agua que deja que todas se vean como realmente son.
 
Ellas miran al arroyo desde abajo, no desde arriba como la soberbia, es su naturaleza la que las hace verlo así. Ven también como corre con prisa el arroyo, como si lo importante fuese llegar antes a la meta. Si llegara antes dejaría de ser arroyo y se transformaría en mar sin haber disfrutado de ser un hermoso arroyo. La velocidad de las rutinas nos pasan por arriba y nos quieren arrastrar a su velocidad, pero la transparencia del agua hace que las piedras vean a través de su velocidad, la lenta pero sin pausa marcha del sol, marcándoles el ritmo de trabajo sin importar la velocidad de las rutinas. A veces cuando se enturbian las aguas por diferentes razones, y perdemos el sol como referente, en esos momentos la piedra sabe que no esta sola y si mira su entorno verá que está rodeada de iguales que la sujetan encadenada para no dejarla perderse en la corriente.
 
La noche se empezó arrimar, y con ella su silencio, el arroyo empezó a cerrar su puerta de transparencia, pero la oscuridad de su interior hace de espejo y ahora me recocí a mi mismo, y veo la realidad desde otro punto de vista, veo a un hombre feliz con su caña en la mano y la boya enredada en los camalotes, pero habiendo pescado la llave, llave que conduce a al felicidad, QUE ES LA FORMA DE VER LAS COSAS-.

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